viernes, 6 de octubre de 2017

U2, México y Joshua Tree Tour 2017


U2. México. Joshua Tree Tour.
“Escribir canciones es fácil como caminar, escribir buenas canciones, no lo es.”
Bono, en una entrevista de 1989, durante la gira Rattle And Hum


Octubre 4, 2017. Segunda fecha. A pesar de que Noel Gallagher (u Oasis) cuenta en México con un nutrido grupo de fans, no logra calentar los ánimos. Los entibia cuando interpreta Wonderwall, dos canciones más y se despide diciendo “me tengo que ir de aquí”. No hay muchos aplausos e inmediatamente los técnicos empiezan a desmantelar su escenario.




En la enorme pantalla que U2 dispone para este tour, comienzan a proyectarse docenas de poemas contemporáneos con un tema principal: buscan comprender a la América que para el cuarteto irlandés es en realidad Estados Unidos y sus contradicciones de ser una tierra de libertad, de esperanzas y sueños, llena de racismo, violencia, adoración al dinero y su poder en el In God we thrust en sus billetes, para tratar de llenarse de una espiritualidad que debe tener imagen, si no, no vende.




Me es inevitable recordar que por una estación de radio que ya no existe, U2 tiene esta enorme convocatoria en nuestro país: por Rock 101 de Luis Gerardo Salas, U2 llegó a México, fueron los primeros en programar Pride.



Imagino que no es fortuito la selección musical en lo que empieza la presentación, sonando muy de fondo The man who sold the world (remember David Bowie), pero anunciando el justo momento del inicio, The Whole of the moon (remember Waterboys), con un mayor volumen, una canción favorita de muchos mexicanos, recuerdo “del soundtrack de tu vida”, emotiva, hermosa y perfecta para la majestuosa luna que nos acompañaba esa noche. Y así, con esa canción, Larry Mullen Jr., entra tranquilo, ajustándose su monitor portátil, acomodándose en su silla (sí, vi que usa una silla y no banco) y justo al fin de la canción, con un mayor volumen, inicia el redoble identificable a cientos de kilómetros de Sunday Bloody Sunday. Así, con cada músico integrándose en el orden de entrada en la canción, inicia por fin el concierto lleno de 63 mil personas que estuvimos dispuestos a pagar precios muy altos por los boletos.



El concierto es una lección desde dos perspectivas: U2, desde los años 1990’s, hizo que los conciertos no sólo fueran espectaculares en recursos técnicos, sino que todos esos efectos se transformaran en parte de su mensaje… algo que aprovechan perfectamente con el lenguaje del color y las imágenes sencillas, seleccionadas y trabajadas para que en un profundo blanco y negro o en colores brillantes, profundicen el mensaje de la canción en turno. El resultado de eso fue impresionante. Pero la mayor lección, consiste en demostrar que ellos no necesitan utilizar siempre todos esos recursos. El concierto inicia con las cuatro primeras canciones, como un camino resumido para llegar al disco Joshua Tree, sin pantalla, sin espectaculares luces en movimiento… sólo las luces que colocaron por encima de la gente para ambientar, para dar un color/intención a la canción que el grupo toca en el escenario insertado entre el público. Sólo ellos. Sin efectos, pero con cuatro canciones poderosas que son parte de la historia musical del siglo XX. El mensaje para mí es ese: no es necesario pensar primero en la imagen, sino en que las canciones deben ser buenas, bien hechas. Eso es lo que perdura.

El concepto de celebrar el treinta aniversario del lanzamiento de The Joshua Tree, un álbum que marcó a una generación de fans, no fue la excusa de la banda para presentar su nuevo disco, es realmente y como no lo hicieron en el momento en el que el disco fue lanzado, tocar todas las canciones que componen el álbum y demostrar que el sonido sigue siendo poderoso, que todavía pueden tocar con la furia e introspección que el disco guardaba. La única canción que conserva unos arreglos profundamente diferentes a los del disco, es Exit, que datan desde el tour de Rattle and Hum, para lograr que la canción furiosa, dolida, llegara sin provocar letargo al público lleno de entusiasmo.

Tengo un caset (espero que todavía esté por ahí) memorizado de tantas veces que lo escuche, de la gira 1987 Joshua Tree. Que a pesar de que el disco daba al grupo grandes canciones para interpretarse en vivo y provocar todo tipo de reacciones en el grupo, el set de las canciones de ese tour, todavía se apoyaba en los éxitos ya conocidos como New Year`s day, Bad, I will Follow y ese largo camino de seleccionar canciones clásicas del rock para conectar ese gusto del grupo con el público, por ejemplo: Simpathy for the devil, People Get Ready. El potencial del disco que celebran de haber lanzado hace 30 años, apenas empezaba, fue su legado, sus años posteriores lo que puso en la cima a un U2 que Frank Sinatra criticaba por vestirse mal.

Leí hace años en una reseña sobre los discos más importantes, que dos cosas adolecía el disco: un cantante que asumía una postura de predicador y que los mensajes perdían vigencia.
Debo decir que Bono, no sólo ha demostrado ser un predicador efectivo, sino un activista efectivo en sus acciones. Su ir y venir en cuestiones políticas, económicas y culturales, ha dejado más cambios de los que sus detractores podrían admitir. Es muy probable que en los últimos 15 años, eso haya significado hacer canciones que ya no alcanzan ni la profundidad ni la fuerza en los instrumentos que los caracterizó hasta fines del siglo XX.


Pero el disco, en el contexto que fue presentado, en México, con la voz de Bono solidarizándose con nuestro momento histórico, hace válido todavía el disco, hace vigente su mensaje, porque seguimos viviendo en esa contradicción en la que nos enoja el gobierno (mensaje de Bullet The Blue Sky), pero nos seguimos aletargando en cosas que no nos permiten romper con la mala educación que nos tiene atorados (Runing To Stand Still). El lenguaje visual (el uso de la enorme pantalla 7K), ambienta y refuerza, evoca reflexiones que no aterrizan en medio de las canciones, nos emociona cuando Bono hace una reflexión sobre el parecido de la bandera irlandesa y la mexicana, cuando hace pase de lista con una pronunciación muy forzada a todos los lugares que han resultado dañados por… ya ni sé cuántas cosas y dice mientras la canción Bad comienza: “Tenemos melodías para ustedes esta noche, pero no melodías que puedan quitar el dolor que tienen, que puedan cambiar todo lo que ha sucedido en las semanas pasadas, pero podemos intentar con nuestras canciones, podemos intentar, ofrecerles una noche épica de Rock and Roll”.


Entonces, es ahí donde la vigencia del disco existe: el grupo sabe qué ciudad visitan, saben por medio de sus asesores qué lenguaje o imágenes nos pueden impactar, así como la foto de Carmen Aristegui durante la canción Ultraviolet o la Bandera mexicana durante One.

Y saben su oficio. Saben balancear: Bono nos invita al Lado B de su disco y muchos de los que estamos ahí recordamos lo que es un Lado B, que no provoca tanto entusiasmo, pero es ejecutado con tal fuerza, que Trip Through Your Wires se queda resonando en la cabeza.

Sólo los colaboradores de U2 pudieron encontrar una vieja película del oeste con un claro mensaje (con todo y nombre) a Trump para empezar Exit. Otra muestra de la vigencia de las canciones.

Al terminar el Lado B con Mothers Of The Desappeared, canción que mostraba el impacto que la banda tuvo al venir a América y que a pesar de que en esos años no hicieron gira por Sudamérica, se interesaron en lo que sucedía, ya que la canción habla y les habla a las Madres de la Plaza de Mayo (un evento de 1976).

Y al terminar la revisión de aquel legendario disco, tocaron Beautiful Day y Elevation para levantar los ánimos. Y efectivamente tocan una sola canción de su nuevo disco Songs of Experiencie: You're The Best Thing About Me, provocando que unos cuantos se animen al conocerla.

Bono avisa que se despiden con otro Lado B: Sweetest Thing, del aquel entonces sencillo de Where the Streets Have no name que adquirió mayor notoriedad al ser lanzada como sencillo con el disco recopilatorio The Best of 1980-1990, con Bono al piano eléctrico, equivocándose en un par de notas y no calcular bien al colocar el micrófono en el pedestal muy lejos, a lo que uno de sus técnicos en overol y lleno de cables, sube rápidamente a colocarle correctamente el micrófono y recoger un peluche que habían aventado al escenario.

El predicador Bono no necesita mucho para que la gente responda a su mínimo gesto.
The Edge: Una guitarra para cada canción.
Adam Clayton: Un bajo para cada canción y gestos amables cuando se acercaba a la gente.
Larry Mullen impacta con una playera cuya leyenda en la parte trasera es: Sexico y voltea a la cámara para señalar su amor por el público mexicano.


Y por escenario, la silueta de un enorme árbol, recordando constantemente el nombre del disco, una pantalla enorme que algunos llamaron austera, pero llevaba con vida cada canción. Vértigo, sería el claro ejemplo.



Demostraron. Lo hicieron.

2 fechas en México, Brasil tiene 4. ¿Por qué?






viernes, 18 de agosto de 2017

Sensorama: La Meditación Guiada

Noche. Viernes 11 de agosto. Durante varias horas, la idea de un concierto se transformó en un misterio. Cuando amablemente recibí la invitación de Josué, me pidió que llevara unos googles. Le indiqué que no tenía, sólo unos lentes de seguridad y me pidió que los llevara. Pregunté si se trataba de algo con agua y pregunté si era necesario llevar toallas, me dijo que no. Pero si no era extraña la petición, me dijo que en otro caso, llevara una tela que dejara pasar la luz, que no se trataba de cancelar la visión totalmente. Extraño y sorpresivo.

El Municipio de Nicolás Romero guarda muchas sorpresas en su crecimiento urbano desordenado. Una de ellas, fue el punto de reunión de la cita: una zona de hermosas cabañas en un fraccionamiento llamado Loma del Río. El punto de reunión, gozaba efectivamente de un potente rugido constante del río cercano.

Los selectos invitados (excepto yo), llevaron cobijas y los integrantes del grupo recogieron junto con los googles. En lo que esperábamos, el comentario general, incluso del dueño de la casa, era que no teníamos idea de que se trataría el concierto.


Kitze, una de las integrantes del grupo, nos recibió con un ritual con la intención de armonizarnos y quizá hasta para bajar la alta velocidad que el estrés de la vida diaria nos procura.

Los googles fueron preparados para quedar traslúcidos. Así que fuimos guiados por varias manos para poder sentarnos después de bajar unas escaleras extrañas y pequeñas. Lo único que se podía distinguir, eran luces de colores parpadeantes.

Ya había una música con instrumentos prehispánicos sonando. No puedo decir precisamente música prehispánica porque un maestro me explicó alguna vez que si bien se conservaban los instrumentos de aquella época, no hay registro de cómo los tocaban y que figuras musicales hacían, sólo tocarlos genera una intuición de lo que era la música de aquellos tiempos.

La música grabada dio paso al sonido de los instrumentos que evidentemente se encontraban ahí y que varias personas estaban ejecutando. Una voz femenina nos indicó que todo esto se trataría de una meditación guiada, llamada Sensorama. Ambientada con esos instrumentos, una guitarra acústica con un efecto de reverberación y de fondo ese potente río.

Las palabras eran de reflexión. Cuestionamientos. Era posible contemplar las posibilidades de eliminar todas las imposibilidades que nos imponemos en la vida.


Disfrutar la vida haciéndola, respirando, sintiendo y armonizarla con nuestros objetivos, nuestras metas y cómo procedemos para lograr u obstaculizarnos ese camino. La armonía en la vida se vuelve un objeto valioso, inalcanzable por costo, alcanzable por actitud.

Pero la propuesta de esa noche era precisamente ofrecer la posibilidad de contemplar la posibilidad de alcanzar esa armonía: Apagando la vista, apagando el juicio, apagando la contemplación que anticipa.
Me explico: al no tener la vista en su ejercicio pleno, apagamos el juicio que nos hubiera generado poder ver el tipo de instrumentos que había en el escenario (¡ah, van a tocar ese tipo de música!), hubiéramos caído al encanto del ambiente fácilmente, hubiéramos abierto nuestra expectativa e incluso si adivináramos que uno de los músicos levantaba la mano con un palo para pegarle a un enorme tambor... todo hubiera sido… predecible, más fácil de digerir. 

Pero ante la sorpresa, la expectación, nos quedábamos sentados donde nos indicaron y en mi caso, por un largo rato tratando de analizar, entender todo ese mar de sensaciones que se me estaban generando. Recordé a alguien que sabe escuchar y quise copiar lo que hace: coloca las manos juntas, con las palmas abiertas hacia arriba, obligándose a recibir, cosa que no hace alguien con los brazos cruzados. Y me coloqué así. Ahora el objetivo no era tratar de entender, era recibir, dejar que mi cuerpo se llenara de sensaciones. Me percaté que cerré los ojos por inercia, cuando en mis manos abiertas alguien colocó un poco de… ¿qué es esto?, ¿se come? ¡Es tierra! Y la acerqué a mi nariz para confirmar… un delicioso olor, el olor de tierra un poco húmeda, que genera varios sentimientos, tocarla, frotarla, olerla. Fue una lluvia de recuerdos y sensaciones. 


Ahora una voz masculina nos incitaba, nos empujaba en medio de nuestra situación a reflexionar… pensé en todos los prisioneros que meditan sin querer. Pero aquí había esperanza porque en todo lo que nos decían estaban las posibilidades, las opciones que se pueden tomar o no en la vida. La música subía y bajaba de intensidad. Golpes inesperados de tambor provocaban miedo, sorpresa y aún más expectación. Una pluma de ave pasó suavemente por mi cara, un poco de agua y en medio un delicioso pedazo de queso con un poco de vino tinto (lo supe por el sabor, no por el color que no podía percibir), dejándome degustar el conocimiento, la sensación que provoca morder algo suave y una bebida alcohólica combinados. Por eso siempre sugieren el vino con el queso: ambos lados de la moneda.

Nos pidieron que nos pusiéramos de pie, la intensidad de la música era muy alta, imposible moverse al ritmo o ponerme a cantar. Ya había aceptado la invitación: ya quería yo ser parte de la música. Quería dejar mi cuerpo lleno de esas sensaciones moverse como quisiera, como pudiera, haciendo el esfuerzo por mantener el equilibrio ante tal ceguera. 
¿Cuánto dejamos de percibir porque TODO lo queremos ver y controlar?


Alguien me acomodó de frente a otro invitado. Nos hicieron mover las manos en algo que no comprendí muy bien, pero a ratos, el roce con la mano de mi compañero se sentía muy suave, cálido, pero me hacía sentir más solo, porque sabía que había alguien más frente a mí con la misma imposibilidad de verme… fue una sensación de darse cuenta de cómo puedes ser responsable con quienes te rodean, pero si no los ves (aunque tengas los ojos abiertos), están igual de solos, esperando algo de ti. Que antes de este contacto, era como sentirme únicamente responsable de mí mismo.

Diversos instrumentos prehispánicos cuyos nombres no me sé. Estando de pie, fuimos expuestos a un Digeridoo, o Palo Azteca le dice su dueño, cuyas vibraciones cerca del cuerpo producen muchas sensaciones, sorpresa, miedo hasta sentirse indefenso, pero… rico.

Un cuento de cuarzo. Ese sí lo conozco. Sé cómo su vibración penetra, es profunda. Sentir su frecuencia hace que nuestro cuerpo trate de alcanzarla instintivamente. Y eso ayuda a calmar mucho.

Nos piden que nos quitemos lentamente los googles (en mi caso los lentes de seguridad). Hay silencio porque estamos extasiados. Por fin vemos a los músicos: Josué, Pato, Angie, Cris y Kitzé, quienes se encargaron de llevarnos muy lejos sin movernos de ahí. Las extrañas y pequeñas escaleras eran de esta forma porque estábamos dentro de una alberca vacía, que se prestó perfectamente como el escenario ideal del evento.



Nos preguntan por nuestra experiencia, pero nos cuesta trabajo encontrar palabras, poco a poco nos vamos animando a expresar nuestro sentir y pensar: agradecimiento.


Aún días después, el éxtasis se saborea en el cuerpo.

Esta propuesta, debe continuar. Debe ofrecerse a más gente. Debe ser accesible.

Este testimonio vale como mi agradecimiento profundo a Josué que me invitó y a todos los que hicieron esta experiencia en nuestro espíritu.

Hay más qué decir. Espero comentarios de quienes estuvieron conmigo esa noche, de un pasto amable a nuestros pies descalzos y perros cariñosos. 


(De las fotos, ¿qué les puedo decir? Es difícil tomar fotos sin ver.)



viernes, 14 de julio de 2017

Descubriendo a Hilo Negro


Jueves 13 de julio, 2017. Fue nuevo para mí saber que tratar de llegar al primer cuadro de la Ciudad de México, a las diez de la noche, en un jueves, desde la estatua de la Diana Cazadora, es un trayecto calculado por Google Maps de 47 minutos (cuando no debería tomar más de 10 minutos), pero todo es consecuencia de la cambiante ciudad. Después, en pleno desconocimiento de qué estacionamiento es el adecuado, dar otras tres vueltas para encontrar uno que como cuento de Cenicienta, a las 12 se acaba el encanto y cierra (sí, debí preguntar por otro más adecuado).

Caminar a la calle de Donceles es un paseo agradable porque todavía hay personas disfrutando la ciudad y de un puesto de tacos de pastor.

Para llegar a La Capilla de los Muertos, de debe entrar por la pizzería del Perro Negro y se llega a un buen foro para la presentación de grupos: un buen sonido para un lugar con la acústica adecuada y buena visibilidad desde cualquier punto, en un lugar calculado para 140 personas.

Ver un enorme aparato de aire acondicionado funcionando, refrescando el ambiente, me hizo recordar aquellos años del foro Tutti Frutti (llamado hoyo funky), donde casi en el mismo espacio, cada presentación era una vaporera humana. Pero dice Gerardo Enciso en una vieja canción: “Los tiempos cambian, dice mi doctor”. Y esos cambios me intrigan porque así como se han ganado muchas cosas en los aspectos técnicos, hay cosas que se han perdido en el camino, como precisamente, la presencia del rock nacional (pero, eso es otro boleto).


“Algunos dicen que rock se está muriendo”, dice a través del micrófono Julieta Soto, vocalista de Hilo Negro, señalando que ellos están ahí, que ellos han trabajado por diez años, que ya tienen tres discos editados y acaban de lanzar uno nuevo (que faltó poner a la venta esa noche). Bueno, si al mainstream no le interesa, allá ellos, porque precisamente este es un grupo que no tiene ganas de complacer “a las masas” para ganar presencia.

Debo admitir que conocer a Hilo Negro por sus videos no les hace plena justicia: su presentación en vivo está llena de la energía que produce un sonido poderoso en cada canción, una buena convivencia en el escenario, llena del contagioso placer que transmite la banda por estar ahí, tocando, gritando, riendo y… roqueando.
Es curioso responder a la pregunta ¿y ellos qué tocan?, porque cuando contesto Rock, me responden con otra pregunta: ¿Cómo? ¿Rock como qué?
















Hilo Negro son: Guitarras Michel Duhart e Ismael Frausto, Bajo de Alan Galicia, el baterista Iván Morales y en la voz Julieta Soto. Y cada uno, en su momento adecuado, suena poderoso en intensidad y figura. La guitarra explosiva de Ismael se empalma al trabajo ambiental y diría descriptivo de Michel, bien apoyados por un cachetonalgóngordito sonido del bajo de cinco cuerdas de Alan. La batería de Iván, amplia en recursos físicos y argumentos, difícilmente baja la velocidad porque de lo que se trata es de hacer rock. Sí. Rock. Es decir, una banda con dos guitarras, una llena de efectos diversos, otra llena de distorsión en varias modalidades, una batería enorme y un profundo bajo… caramba… cuando ves una alineación así, lo que hace Hilo Negro es lo que estás esperando escuchar. Pero además, la voz. Si estamos hablando de instrumentos poderosos, la voz de Julieta lo es, sumada a una presencia escénica expresiva y llena de energía.

El concierto adquirió esa tonalidad íntima de las bromas personales con el público asiduo al grupo, familiares y amigos fascinados con ese momento tranquilo, que se agradece en medio de tanto caos de vida. Una grata sorpresa fue ser recibido personalmente por la vocalista en su atuendo de monja de la orden de San Jerónimo y durante la presentación los músicos toman con la naturalidad los pequeños incidentes, por lo que debo decir que el escenario esa noche les quedó pequeño: no sólo porque demuestran el mismo profesionalismo ante miles que ante medio centenar de personas, sino porque la vocalista trata de llenar con teatralidad, con un lenguaje corporal flexible y muy expresivo, que, a ratos su mano pega en la cabeza del guitarrista Ismael, se tropieza con la batería, el pedestal del micrófono funciona mejor abajo del escenario, dificultades para quitarse los zapatos o Ismael al producir esos sonidos poderosos en la guitarra mueve los brazos o su mismo instrumento, se tropieza con las bases de los platillos y le pega al bajo de Alan… o el acompañante del grupo, vestido adecuadamente de diablo para la última canción, le desconecta el cable de sus procesadores de efectos… Sí, poniéndose quisquillosos como nos gusta a los mexicanos criticones, se puede pensar que la banda debería saber adaptarse a cada escenario y bla bla bla, pero todo eso es el reflejo de cómo dieron TODO esa noche.


Un gran concierto, se refrendó una amistad, fue cálido, divertido y lleno de Rock.

Y sí… hay que repetir otro concierto de Hilo Negro.


lunes, 24 de abril de 2017