Jueves
13 de julio, 2017. Fue nuevo para mí saber que tratar de llegar al primer
cuadro de la Ciudad de México, a las diez de la noche, en un jueves, desde la
estatua de la Diana Cazadora, es un trayecto calculado por Google Maps de 47
minutos (cuando no debería tomar más de 10 minutos), pero todo es consecuencia
de la cambiante ciudad. Después, en pleno desconocimiento de qué
estacionamiento es el adecuado, dar otras tres vueltas para encontrar uno que
como cuento de Cenicienta, a las 12 se acaba el encanto y cierra (sí, debí
preguntar por otro más adecuado).
Caminar
a la calle de Donceles es un paseo agradable porque todavía hay personas disfrutando
la ciudad y de un puesto de tacos de pastor.
Para
llegar a La Capilla
de los Muertos, de debe entrar por la pizzería del Perro
Negro y se llega a un buen foro para la presentación de grupos: un buen
sonido para un lugar con la acústica adecuada y buena visibilidad desde
cualquier punto, en un lugar calculado para 140 personas.
Ver
un enorme aparato de aire acondicionado funcionando, refrescando el ambiente,
me hizo recordar aquellos años del foro Tutti Frutti (llamado hoyo funky),
donde casi en el mismo espacio, cada presentación era una vaporera humana. Pero
dice Gerardo Enciso en una vieja canción: “Los tiempos cambian, dice mi
doctor”. Y esos cambios me intrigan porque así como se han ganado muchas cosas
en los aspectos técnicos, hay cosas que se han perdido en el camino, como precisamente,
la presencia del rock nacional (pero, eso es otro boleto).
“Algunos
dicen que rock se está muriendo”, dice a través del micrófono Julieta Soto, vocalista
de Hilo Negro, señalando que ellos están ahí, que ellos han trabajado por diez
años, que ya tienen tres discos editados y acaban de lanzar uno nuevo (que
faltó poner a la venta esa noche). Bueno, si al mainstream no le interesa, allá
ellos, porque precisamente este es un grupo que no tiene ganas de complacer “a
las masas” para ganar presencia.
Debo
admitir que conocer a Hilo
Negro por sus videos no les hace plena justicia: su presentación en vivo
está llena de la energía que produce un sonido poderoso en cada canción, una
buena convivencia en el escenario, llena del contagioso placer que transmite la
banda por estar ahí, tocando, gritando, riendo y… roqueando.
Es
curioso responder a la pregunta ¿y ellos
qué tocan?, porque cuando contesto Rock, me responden con otra pregunta: ¿Cómo? ¿Rock como qué?
Hilo
Negro son: Guitarras Michel Duhart e Ismael Frausto, Bajo de Alan Galicia, el baterista
Iván Morales y en la voz Julieta Soto. Y cada uno, en su momento adecuado, suena
poderoso en intensidad y figura. La guitarra explosiva de Ismael se empalma al
trabajo ambiental y diría descriptivo
de Michel, bien apoyados por un cachetonalgóngordito sonido del bajo de cinco
cuerdas de Alan. La batería de Iván, amplia en recursos físicos y argumentos, difícilmente
baja la velocidad porque de lo que se trata es de hacer rock. Sí. Rock. Es
decir, una banda con dos guitarras, una llena de efectos diversos, otra llena
de distorsión en varias modalidades, una batería enorme y un profundo bajo…
caramba… cuando ves una alineación así, lo que hace Hilo Negro es lo que estás
esperando escuchar. Pero además, la voz. Si estamos hablando de instrumentos
poderosos, la voz de Julieta lo es, sumada a una presencia escénica expresiva y
llena de energía.
El
concierto adquirió esa tonalidad íntima de las bromas personales con el público
asiduo al grupo, familiares y amigos fascinados con ese momento tranquilo, que
se agradece en medio de tanto caos de vida. Una grata sorpresa fue ser recibido
personalmente por la vocalista en su atuendo de monja de la orden de San Jerónimo y durante
la presentación los músicos toman con la naturalidad los pequeños incidentes,
por lo que debo decir que el escenario esa noche les quedó pequeño: no sólo
porque demuestran el mismo profesionalismo ante miles que ante medio centenar
de personas, sino porque la vocalista trata de llenar con teatralidad, con un lenguaje
corporal flexible y muy expresivo, que, a ratos su mano pega en la cabeza del
guitarrista Ismael, se tropieza con la batería, el pedestal del micrófono funciona
mejor abajo del escenario, dificultades para quitarse los zapatos o Ismael al
producir esos sonidos poderosos en la guitarra mueve los brazos o su mismo
instrumento, se tropieza con las bases de los platillos y le pega al bajo de Alan… o el acompañante del grupo, vestido adecuadamente de diablo para la
última canción, le desconecta el cable de sus procesadores de efectos… Sí, poniéndose
quisquillosos como nos gusta a los mexicanos criticones, se puede pensar que la
banda debería saber adaptarse a cada escenario y bla bla bla, pero todo eso es
el reflejo de cómo dieron TODO esa noche.
Un
gran concierto, se refrendó una amistad, fue cálido, divertido y lleno de Rock.
Y
sí… hay que repetir otro concierto de Hilo Negro.