viernes, 14 de julio de 2017

Descubriendo a Hilo Negro


Jueves 13 de julio, 2017. Fue nuevo para mí saber que tratar de llegar al primer cuadro de la Ciudad de México, a las diez de la noche, en un jueves, desde la estatua de la Diana Cazadora, es un trayecto calculado por Google Maps de 47 minutos (cuando no debería tomar más de 10 minutos), pero todo es consecuencia de la cambiante ciudad. Después, en pleno desconocimiento de qué estacionamiento es el adecuado, dar otras tres vueltas para encontrar uno que como cuento de Cenicienta, a las 12 se acaba el encanto y cierra (sí, debí preguntar por otro más adecuado).

Caminar a la calle de Donceles es un paseo agradable porque todavía hay personas disfrutando la ciudad y de un puesto de tacos de pastor.

Para llegar a La Capilla de los Muertos, de debe entrar por la pizzería del Perro Negro y se llega a un buen foro para la presentación de grupos: un buen sonido para un lugar con la acústica adecuada y buena visibilidad desde cualquier punto, en un lugar calculado para 140 personas.

Ver un enorme aparato de aire acondicionado funcionando, refrescando el ambiente, me hizo recordar aquellos años del foro Tutti Frutti (llamado hoyo funky), donde casi en el mismo espacio, cada presentación era una vaporera humana. Pero dice Gerardo Enciso en una vieja canción: “Los tiempos cambian, dice mi doctor”. Y esos cambios me intrigan porque así como se han ganado muchas cosas en los aspectos técnicos, hay cosas que se han perdido en el camino, como precisamente, la presencia del rock nacional (pero, eso es otro boleto).


“Algunos dicen que rock se está muriendo”, dice a través del micrófono Julieta Soto, vocalista de Hilo Negro, señalando que ellos están ahí, que ellos han trabajado por diez años, que ya tienen tres discos editados y acaban de lanzar uno nuevo (que faltó poner a la venta esa noche). Bueno, si al mainstream no le interesa, allá ellos, porque precisamente este es un grupo que no tiene ganas de complacer “a las masas” para ganar presencia.

Debo admitir que conocer a Hilo Negro por sus videos no les hace plena justicia: su presentación en vivo está llena de la energía que produce un sonido poderoso en cada canción, una buena convivencia en el escenario, llena del contagioso placer que transmite la banda por estar ahí, tocando, gritando, riendo y… roqueando.
Es curioso responder a la pregunta ¿y ellos qué tocan?, porque cuando contesto Rock, me responden con otra pregunta: ¿Cómo? ¿Rock como qué?
















Hilo Negro son: Guitarras Michel Duhart e Ismael Frausto, Bajo de Alan Galicia, el baterista Iván Morales y en la voz Julieta Soto. Y cada uno, en su momento adecuado, suena poderoso en intensidad y figura. La guitarra explosiva de Ismael se empalma al trabajo ambiental y diría descriptivo de Michel, bien apoyados por un cachetonalgóngordito sonido del bajo de cinco cuerdas de Alan. La batería de Iván, amplia en recursos físicos y argumentos, difícilmente baja la velocidad porque de lo que se trata es de hacer rock. Sí. Rock. Es decir, una banda con dos guitarras, una llena de efectos diversos, otra llena de distorsión en varias modalidades, una batería enorme y un profundo bajo… caramba… cuando ves una alineación así, lo que hace Hilo Negro es lo que estás esperando escuchar. Pero además, la voz. Si estamos hablando de instrumentos poderosos, la voz de Julieta lo es, sumada a una presencia escénica expresiva y llena de energía.

El concierto adquirió esa tonalidad íntima de las bromas personales con el público asiduo al grupo, familiares y amigos fascinados con ese momento tranquilo, que se agradece en medio de tanto caos de vida. Una grata sorpresa fue ser recibido personalmente por la vocalista en su atuendo de monja de la orden de San Jerónimo y durante la presentación los músicos toman con la naturalidad los pequeños incidentes, por lo que debo decir que el escenario esa noche les quedó pequeño: no sólo porque demuestran el mismo profesionalismo ante miles que ante medio centenar de personas, sino porque la vocalista trata de llenar con teatralidad, con un lenguaje corporal flexible y muy expresivo, que, a ratos su mano pega en la cabeza del guitarrista Ismael, se tropieza con la batería, el pedestal del micrófono funciona mejor abajo del escenario, dificultades para quitarse los zapatos o Ismael al producir esos sonidos poderosos en la guitarra mueve los brazos o su mismo instrumento, se tropieza con las bases de los platillos y le pega al bajo de Alan… o el acompañante del grupo, vestido adecuadamente de diablo para la última canción, le desconecta el cable de sus procesadores de efectos… Sí, poniéndose quisquillosos como nos gusta a los mexicanos criticones, se puede pensar que la banda debería saber adaptarse a cada escenario y bla bla bla, pero todo eso es el reflejo de cómo dieron TODO esa noche.


Un gran concierto, se refrendó una amistad, fue cálido, divertido y lleno de Rock.

Y sí… hay que repetir otro concierto de Hilo Negro.